A veces camino despreocupado por algún lugar y de pronto un olor casi imperceptible me obliga a detenerme y a recuperar de la memoria algo que dejé atrás en el tiempo. Irrepetible y único, un olor de la infancia. Imagino que esto nos pasa a todos: el olor de la Navidad, los olores del primer colegio, el olor de los adoquines del barrio después de una tormenta, el olor de la primera chica que quisiste... La memoria olfativa nos sitúa al instante en otro mundo, en otro espacio-tiempo con una precisión y una intensidad que ningún otro sentido iguala.
¿Qué aroma tienen las palabras? No, no es un anuncio de tampax. Este libro, pertenece a cualquiera que se encuentre entre los cuarenta y cincuenta y tantos. Miguel Ángel recrea con un puñado de expresiones, el sentir oculto de aquella infancia. Con distintos nombres, en diferentes escenarios, las cosas se repitieron en todos los barrios del Madrid de nuestra generación. Una infancia donde los adultos no existían y donde gozábamos de más libertad de la que gozarán, lo siento por ellos, nuestros superprotegidos hijos. Una infancia cargada de mitos, de leyendas, de héroes y villanos, de fantasía, de vida.
El Perfume de las palabras es una huella existencial y una evocación a un pasado que todavía vive en cada uno.
Editorial: Ediciones Bárbaras
Año publicación: 1991
Trujas
" Un trujas es simple y naturalmente un cigarrillo. ¿Qué por qué tenía la ese al final, aunque te refieras a un solo cigarrillo? No lo sé. Pero de todas formas si se dice un Celtas o un Ducados, lo suyo, supongo, sería decir un trujas.
Ahora bien, hay que establecer algunos matices. Los trujas eran desde luego, cigarrillos sin filtro, creo que de tabaco negro y, por la onomatopeya sugerida, bien sequitos, de esos que crujen entre los dedos. O sea, un Celtas o un Peninsulares. Lo más guarrindongo que había. Porque si ya nos vamos a otra marcas de lujo, las cosa funcionaría de otra forma. Imaginemos la conversación:
-Oye, dame un trujas.
- Joder, macho... - remoloneo, mientras se mete la mano por el cuello del jersey para alcanzar el bolsillo de la camisa y, tras hábiles retorcimientos de brazo, sacar un cigarrillo-. Anda, toma y olvídame un buen rato.
- ¡Pero si es un Pall-Mall!
- ¡Shhh!
O sea, que un Pall-Mall no sería propiamente un trujas, sino un regalo de los dioses.
Los trujas solían guardarse en forma de toba (Colilla es su sinónimo. Pero ésta era palabra de adultos, y de miseria) en el váter, entre clase y clase. Bien recalentado, el dueño pasaba la última calada al o a los invitados, y si se tenían noticias de que había llegado ya el profe al aula y no había demasiado tiempo para consumirlo, decía: "Guárdame la toba". Esos puntos negruzcos que hay en los azulejos de los váteres de todos los colegios indican que en ese lugar exacto, un trujas a pasado a ser toba.......... (También pava, añado yo)
Si te has fumado la toba al salir del cole, antes de darle un beso a tú madre, al llegar a casa, hay que ir a la cocina rápidamente con la excusa de tener mucha sed y, después del obligado vaso de agua, meterte un trozo de pan en la boca. Este truco no deja de ser una gilipoyez, puesto que tu madre ya sabe que fumas desde hace un porrón de tiempo.
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