Aranda puede sugerirnos esa idea pero el viajero no debe engañarse. Muchas personas, en la encrucijada, han elegido quedarse y hacer suyo el color de esta tierra, la profundidad del paisaje, la historia de sus piedras.
Hay una ciudad oculta, fuera del daño del desarrollismo de los sesenta que preserva todo lo importante, la ciudadela entre ríos a la vera del padre Duero, del río de oro.
Aranda tiene muchas caras, la industrial, la tecnológica pero también la pegada a la tierra y a la tradición, a la uva y al vino que aquí es magia, es prodigio. Otro río transita por estas tierras. Hilos de mosto brotan de cada cepa para acabar en el interior de la tierra, en las cuevas donde Hermes es dueño y señor de este mundo escondido. Aquí se gesta este río alquímico con el que los hombres saciarán su sed.
Hablar de él, es hablar de sabor
de un lenguaje de gustos. Versos
que hablan de la tierra, de la uva
y del Duero, de la cosecha,
del esfuerzo, del campo, del frío,
de la lluvia, de la sabiduria
y de nuestras ilusiones hechas realidad. (Arte y vino)
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